martes, 8 de agosto de 2017

Creepy 8

Leído en julio de 2017. Sigo la lectura completista de los Archivos de Creepy publicados por Planeta DeAgostini con un octavo volumen en el que, aunque el número de historias memorables no es muy extenso, hay que reconocer que hay un puñado de ellas y que no empieza nada mal: el primer número compilado, el 37, entrega dos buenos relatos: “¡Te odio! ¡Te odio!”, de Bill Warren y Mike Royer —una estupenda historia de viaje temporal que presenta un argumento precursor de algo luego mil veces tratado como es el principio de consistencia de Nóvikov, y que expone de forma muy valiente el tema de los malos tratos en el seno de la familia— y “El castilllo” de Pat Boyete —historia que tenía guardada en la memoria desde que me impactó a principios de los 80, cuando la leí en el número 5 del Creepy de Toutain (1979)—. El número 38 significa el regreso del enorme Wally Wood a la revista, con “El todo cósmico”, y el 39 es el número de debut de Dave Crockum —un artista al que muchos aficionados de mi generación tienen en gran estima por haber sido un nombre clave de la redefinición de la Patrulla-X (sí, así la llamamos) a finales de los setenta—, con la historia “Muerte contra reembolso”. Repite en el número el siempre brillante Pat Boyette, con “Muerte del mago”. El número 40 ofrece la muy moderna “El paseo de la extinción”, de Don McGregor y Tom Sutton y el 41 es un buen cierre del volumen, dado que incluye el debut en las revistas Warren del legendario Bruce Jones —con “La criatura del Lago Ness”, escrita y dibujada por él—, y las muy brillantes “Preludio al Armagedón”, de Nicola Cuti y Wally Wood —también presentada como “un clásico”, con nota biográfica de Cuti en el Creepy de Toutain, concretamente en el número 26— y “Un odio tangible” de Don McGregor Richard Corben —otra de las historias de aquel sorprendente Corben que comenzaba a publicarse en los primeros 80 en España, en este caso en el número 3 de la revista Delta—. Al margen de este puñado de historias memorables, uno de los aspectos más destacables del volumen es la variedad de temas y escenarios. Vemos el evidente acercamiento de las ficciones de Creepy a contextos urbanos y cierto giro hacia el terror psicológico y la ciencia ficción, lo que implica cierto distanciamiento de los monstruos clásicos. Al poco de entrar en la década de los setenta, Creepy presentaba un nuevo enfoque.


lunes, 7 de agosto de 2017

Sangre sobre satén negro

(Re)Leído en agosto de 2017. Aprovecho el período de vacaciones para hacer relecturas de cómics a los que por un motivo u otro apetece volver. Y regreso a algo que en mi primera adolescencia me fascinó completamente: Sangre sobre satén negro, una historia larga (seriada en tres entregas) de Doug Moench y Paul Gulacy que apareció en nuestro país en los números 17, 18 y 19 de la revista Creepy (Toutain Editor, 1980) —y originalmente en los números 109, 110 y 111 de Eerie (Warren Publishing)—. Se trata de un estupendo thriller satánico que combina el relato detectivesco con una visión pulp del satanismo, el folk horror británico y guiños literarios más o menos evidentes, como los dedicados a Lovecraft —usar el nombre Azathoth para denominar a un demonio “clásico” no deja de tener su gracia— o a François Rabelais —calificar a una bacanal de “rabelesiana” es casi un mensaje oculto—. Aunque, tanto en diálogos como en los abundantes textos de apoyo, el estilo de Moench está quizá más cercano a las formas propias de los últimos sesenta que a algo escrito en 1979, la escritura de Sangre sobre satén negro es funcional y, sobre todo, ajustada al público de gusto más clásico de las revistas Warren. Donde indiscutiblemente brilla la historia es en el dibujo de Gulacy, con aquel realismo estilizado tan propio del discípulo aventajado de James Steranko, que abunda en viñetas espectaculares y pasmosamente detalladas, sin perder por ello la fluidez narrativa. Moench y Gulacy forman, sin duda, uno de los grandes tándems creativos de la historia del cómic estadounidense y piezas como esta Sangre sobre satén negro merecen no quedar sepultadas en la memoria por el peso de la portentosa maestría mostrada en los trabajos que la pareja de artistas hizo para Marvel y DC.