jueves, 5 de febrero de 2015

Los hombrecitos (1967-1970)

Leído entre enero y febrero de 2015. Podría decir que Spirou Ardilla, Mortadelo y Don Miki son las tres cabeceras que marcaron mi infancia. Poco después llegaron a mí los cómics Marvel y en seguida, siendo aún preadolescente, el cómic “adulto” de las revistas Warren (en las ediciones de Creepy y 1984 de Toutain) y la bande desinée de Metal Hurlant en edición española en Totem. En mi vida de lector he seguido leyendo y disfrutando todo ese material, con las únicas excepciones de aquellas primeras revistas que amé. Precisamente por eso la reedición integral por parte de Dolmen de Los hombrecitos, una de las series que me maravillaron en su día —como a todos los lectores de Spirou Ardilla, quiero creer— fue para mí una excelente noticia. El volumen que abre esta colección integral consta de cinco historias largas y una corta, que presentan al lector el mundo de Los hombrecitos: sus espacios —la ciudad subterránea en la que viven—, sus tiempos —obviamente contemporáneos a los últimos años 60 en los que la serie vio la luz— y sus personajes —en este caso se trata de un protagonismo coral—. Cualquier lector que se acerque a este primer volumen comprobará que Los hombrecitos se inscribe claramente en el marco de la narrativa infantil y la aventura blanca. En este aspecto, la primera historia del volumen—que narra cómo los hombrecitos tienen éxito en la gesta de sabotear una operación del ejercito que podría acabar con las ciudad en la que viven— marca de una forma muy clara la tendencia que seguirá la serie: centrar sus trama en la pura aventura y en el modo en que los pequeños pueden desbaratar los planes de los mayores con argucias ingeniosas. Hay que destacar que Los hombrecitos es un cómic imprescindible y que la edición de Dolmen merece toda nuestra atención, pero también es obligado decir que este primer volumen es más interesante por su valor histórico —por representar el inicio de una gran serie— que por su calidad propiamente dicha: los guiones de Desprechins son un tanto irregulares, siempre sobrexplicativos (casi se podrían calificar de inseguros), y el dibujo de Seron es muy (quizá demasiado) deudor del estilo de Franquin, aunque sin contar con el dinamismo y el prodigioso montaje interno y externo de las viñetas del maestro. Donde sí aparece un Seron de enorme talento es en el diseño de espacios arquitectónicos y objetos, muy conectado con el estilo moderno y space age de los 60 — especialmente fastuosas son las naves y vehículos— y en el juego de escalas de personajes y escenarios, en el que los objetos de la vida cotidiana pueden convertirse en monstruosas amenazas gigantes y en motor de aventuras vertiginosas. Eso es algo que nos fascinó a los niños y preadolescentes que leímos historias de Los hombrecitos mientras veíamos en televisión algún que otro pase matinal de El increíble hombre menguante, la obra maestra de Jack Arnold de 1957. Ojalá fascine a los niños y preadolescentes de ahora.

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