Leído en septiembre de 2015. Tras un período más largo de lo previsto de inactividad lectora, vuelvo a registrar una lectura en este diario con la esperanza de que alguno de sus visitantes la tome como una recomendación. Suelo decir que este no es un espacio de crítica o reseña, sino un simple diario de anotaciones personales, pero en el caso de Matar a mi madre no quiero evitar recomendarlo explícitamente a cualquier lector que no haya advertido su presencia en las librerías o no le haya prestado atención. Y lo hago sabiendo que es una recomendación que conlleva cierto riesgo, porque es evidente que Matar a mi madre no es un cómic que vaya a gustar a todo el mundo.
El Feiffer escritor, en un frenesí novelesco saturado de tramas detectivescas, asuntos de familia irresolutos, secretos y mentiras, y mucho plomo (de balas) ofrece y demanda una lectura atenta y minuciosa. Más exquisito si cabe es el Feiffer narrador en dibujos, con su inagotable desfile de formas de composición de página, su variedad de recursos en el montaje sintético y analítico, sus perspectivas forzadas y con la peculiar y asombrosa poética que emana de las figuras de los personajes que pueblan esta historia que parece en blanco y negro pero es en color —concretamente, en el color de las películas en blanco y negro—.
En cualquier caso, y como no puede ser de otro modo, toda esa exigencia tiene premio tanto para el lector interesado en “las historias” como para el interesado en “las formas”. Por una parte, en sus conflictos arrebatados de melodrama con misterio, esta magistral novela gráfica de Jules Feiffer proporciona una historia canónica para amantes del noir. Por otro, en sus pasmosos planos generales que engloban secuencias narrativas completas o en sus análisis dibujados del puro ritmo —en las escenas de baile o boxeo, o en las secuencias de enfrentamientos armados—, Matar a mi madre encierra un millón de lecciones sobre la narración gráfica.
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