Ese es el contexto sociocultural en el que nace Archie, una de las instituciones más longevas y sólidas de la cultura pop estadounidense. El personaje nació hace 75 años en las páginas de Pep Comics, como un encargo del editor John Goldwater al guionista Vic Bloom y al dibujante Bob Montana, para ofrecer un cómic a los aficionados a las películas de Andy Hardy, interpretadas por la entonces estrella juvenil Mickey Rooney. Tanto las películas de Andy Hardy como los sucesivos cómics de Archie, eran comedias de buenos sentimientos cuyo objetivo esencial era celebrar la sencillez de la vida cotidiana en una América idílica e inocente.
Y eso es lo que ha sido Archie durante siete décadas y media: un tebeo sencillo e inocente que narra las aventuras en clave de comedia romántica de un grupo de jóvenes all American.
En los últimos años, los propietarios de la licencia han hecho toda clase de experimentos con ella, incluyendo crear dos universos paralelos para explorar la vida de Archie como un hombre casado y utilizar los personajes del universo Archie para contar historias de terror. Los experimentos acabaron en 2015, cuando los ejecutivos de la compañía ofrecieron a Mark Waid, guionista todoterreno conocido por la solidez de sus planteamientos y por su respeto a la tradición de los personajes con los que trabaja, y a Fiona Staples, la fantástica dibujante y cocreadora de Saga, relanzar el Archie clásico revitalizando su estilo narrativo y su look.
En los seis números de la serie que recopila este volumen, puede verse que el resultado de la operación de puesta al día fue interesante. Aunque la diferencia entre los tres primeros números —los dibujados por Staples— y los dos últimos —dibujados por Annie Wu y Veronica Fish respectivamente— es notable, el conjunto de este volumen ofrece aventura blanca, camaradería y triángulos amorosos juveniles con garra y acierto. Waid coloca los chistes y equívocos en el instante oportuno, montando drama y comedia a partir del trabajo con unas emociones juveniles que son mucho más difíciles de convertir en material narrativo de lo que parecería a simple vista. Y Staples brilla por momentos —por ejemplo, en la secuencia del baile del primer número—.
No tengo muy claro si seguiré leyendo las siguientes entregas de este Archie, pero este primer volumen no me ha parecido una pérdida de tiempo ni de dinero. Hay que seguir de cerca las transformaciones de los iconos populares, y más si esas transformaciones son tan significativas como esta operación Archie.
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