Leído (volumen 2) y releído (volumen 1) en junio de 2014. Parece que no es posible comentar este Constantine sin hacer referencia a Hellblazer, la colección de Vértigo que, a lo largo de más de dos décadas, encantó a multitud de lectores de cómic aficionados al terror y a la fantasía oscura. Y es lógico que así sea, dado que el protagonista no es otro que el hechicero y exorcista embaucador, amoral y cínico, de poses y maneras heredadas del estereotipo del detective clásico, que protagonizó el título nacido en el seno de DC Comics y desarrollado en el sello Vertigo. Por tanto, a nadie puede extrañarle que los lectores comparen. Sin embargo, y aún entendiendo ese derecho, creo que los lectores de hoy día deberían tener ya claro que no conviene encariñarse en exceso con la continuidad de personajes creados por grandes corporaciones del entretenimiento, dado que la lógica de la explotación de esas propiedades intelectuales no siempre está en sintonía con las necesidades afectivas de los fans.
En pleno apogeo del personaje de John Constantine como protagonista de un cómic de espíritu británico en el que, desde un enfoque de puro género de terror (aunque, a veces con, humor) se levantaba una convincente cosmogonía basada en el cinismo y la ausencia de esperanza —y de paso se comentaban asuntos políticos y sociales—, alguien decidió desarrollar aquella película de Francis Lawrence protagonizada por Keanu Reeves, que no es que fuera precisamente en la misma línea. Y ahora, cuando los responsables de la política editorial de DC Comics consideran que el personaje en su encarnación clásica ha dado todo lo que podía ofrecer, alguien decide desarrollar este nuevo Constantine, un completo reinicio que integra la cabecera en el nuevo universo DC y que, en consecuencia, establece una nueva vida, una nueva personalidad, y, en definitiva, una nueva continuidad para el personaje. Nada que decir a eso. De lo que sí podemos opinar es de la serie en sí, que, de forma coherente con esa nueva orientación, se inscribe en el género superheroico y en la moderna urban fantasy.
La primera entrega de la edición de ECC Ediciones contiene los cuatro números iniciales de la serie. Los tres primeros forman el arco La chispa y la llama, escrito por Ray Fawkes y Jeff Lemire y dibujado por Renato Guedes, en el que se presenta al nuevo Constantine neoyorquino y se le enfrenta a los poderosos hechiceros de la Secta de la Llama Fría por el control de un dispositivo mágico. Lo mejor del arco lo constituyen algunas ideas de guion, como la escena en el avión del primer episodio o el Londres convertido en hiperactiva trampa mortal del tercero, y el dibujo de Guedes, tan “europeo” para la ocasión que llega a ser reminiscente de Bilal en algunas páginas (lo cual está muy bien, claro). El primer volumen se cierra con el episodio suelto Todos mis amigos, dibujado por Fabiano Neves, una historia “cotidiana” que viene a decir que la rutina de Constantine incluye negociar con durísimos brujos vudú, esquivar amenazas de muerte y ser testigo de alguna que otra escena gore —un evidente regalo de DC al grupo de aficionados de la serie con gusto por el terror un poco más salvaje—. Si de la primera entrega se puede decir que genera interés por seguir leyendo la serie, de la segunda no se puede decir lo mismo. En primer lugar, porque se nos escamotea el número 5 de la serie original (que ECC publicó en su número 6 de Liga de la Justicia de América) y eso es algo que a muchos lectores de una serie nos ofende. En segundo lugar, porque las historias sueltas de estos tres números tienen buenos momentos y crean un clima, pero en su conjunto no cuentan nada que no se haya contado ya en el primer tomo. El volumen se cierra con un episodio (el número 8 de la edición original) de espectacular planificación, diseño y dibujo de Aco, pero este remate excelente, por muy de agradecer que sea, no acaba de mejorar el resultado en general decepcionante del segundo volumen.
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