De hecho, parece que incluso se ha ganado el derecho de que su nombre ocupe más espacio que el del autor a que debemos la existencia del legendario personaje de James Bond.
Nada que objetar a esa cuestión de tamaño, pero uno esperaría algo más de un escritor que goza de ese privilegio. Concretamente, esperaría algo más que una idea fuerte —una droga que se convierte en otra cosa— y un recurso resultón explotado con avidez a lo largo de la obra. A saber: el contraste entre breves escenas dialogadas que van ofreciendo píldoras del argumento y secuencias de enfrentamientos violentos (con resultado invariablemente letal) en las que la acción se dilata y detiene en el detalle de la violencia.
Decepcionante esta nueva encarnación del personaje de Ian Fleming desarrollada por Dynamite, una editorial que, más allá de albergar un puñado de cabeceras muy interesantes, resulta especialmente entrañable por contar con la política de franquicias más desconcertante en el panorama actual del cómic estadounidense.
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